Zaratustra se marchó a la montaña; esperando gozar de su soledad se encontró con Caín, Prometeo y Sísifo; obviamente,no salió nada "bueno" para los "buenos": Bajó de la montaña
el Zaratustra anarquista y rebelde.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Bolívar y el utilitarismo

“El sistema de gobierno más perfecto, es aquél que produce, la mayor suma de seguridad social, la mayor suma de felicidad posible y la mayor suma de estabilidad”, frase extraída del discurso de Angostura pronunciado por Simón Bolívar y publicado en el correo del Orinoco en el año de 1819.
            Muy a pesar de mi escasa lectura, he leído a autores tales como Jeremías Bentham, John Stuart Mill, Francis Hutcheson y Claude Helvetius -y no de sus posteriores interpretes- algunas frases parecidas que como veremos están vinculadas con el utilitarismo.
            En primer lugar, el filósofo irlandés Francis Hutcheson en el año 1725, en su obra “Inquiry into the original of our ideas of beauty and virtue” formuló como principio básico: “La mejor nación es la que proporciona la felicidad más grande al mayor número”. El pensador inglés Jeremías Bentham en su “Introducción a los principios morales y legislación” publicada en 1780, establece: “La mayor suma de felicidad al mayor número” como principio del utilitarismo, pero mucho antes ya había sido presentado por el filósofo francés Claude Helvetius (1715-1771) como su consigna. Finalmente, es necesario hacer mención de la formulación que realizó John Stuart Mill, filósofo político inglés (1806-1873) con la cual el utilitarismo alcanzó su pleno desarrollo.
            En consecuencia, si establecemos un orden cronológico de las publicaciones de los autores en cuestión, que han hecho referencia del tan empleado principio de utilidad: “La mayor suma de felicidad, para el mayor número”, obtenemos lo siguiente: Francis Hutcheson (1725), Jeremías Bentham (1780), Claude Helvetius, quien para el año 1819 (año en el cual se publica en el correo del Orinoco, el Discurso de Angostura de Bolívar) ya había fallecido; Simón Bolívar (1819) y finalmente John Stuart Mill.
            Lo evidenciado con esta frase, ocurre con muchas otras más que con certeza se atribuyen al ilustre pensamiento de Simón Bolívar, pero que lamentablemente y para decepción del sentimiento ultra nacionalista arraigado, no es más que una copia y una réplica de las ideas de pensadores europeos de la ilustración. Si tan solo hubiera tenido un poco de sensatez ante el auditorio de aquel congreso de posible ignorancia voluntaria, habría citado a Jeremías Bentham o al menos mencionar que se trataba de una aplicación del principio utilitario.
            Con la plena seguridad de que seré calificado por muchos como apátrida, hereje, blasfemo, pecador o traidor a la patria, afortunadamente puedo decir hoy día que he conseguido la cura para librarme de ese mal denominado nacionalismo, al menos del exacerbado, y que si bien estoy lejos de ser un intelectual, he encontrado aliciente en una frase del filósofo Emile Cioran: “No tengo nacionalidad, el mejor estatus posible para un intelectual”.
            Hemos copiado todo, desde el cristianismo llegado de Oriente con sus innumerables interpretaciones, versiones y presentaciones llegadas de Occidente; hemos copiado las ideas de República, democracia, y hasta la necesidad de un héroe (semidios o casi Dios) que nos defendería de ellos, de aquellos y hasta de nosotros mismos; hemos copiado la necesidad de inmortalizar a éstos héroes porque según dicen nos han dado la libertad. 
            Por supuesto, no faltará quien me califique de imperialista a favor de la colonia de España de los siglos XV, XVI, XVII y XVIII, por estar en contra de los héroes de la gesta emancipadora, quienes lucharon contra el yugo español sólo para convertirse en nuevos representantes de la dominación y la opresión. Como diría María Luisa Berneri: “Los constructores de Repúblicas ideales querían dar la libertad al pueblo, mas la libertad dada deja de ser libertad… mientras dicen dar la libertad, formulan un detallado plan que ha de ser obedecido estrictamente”; he aquí que Bolívar plasmaba su plan en el Discurso de Angostura. En definitiva, ni la colonia española ni la gesta emancipadora, en todo caso los legítimos movimientos de la resistencia indígena de Guaicaipuro, Tiuna, Tamanaco, Terepaima, entre otros; por supuesto, sin descartar la posibilidad de rasgos de opresión y dominación entre tribus indígenas antes de la colonia.
            Admito además, la gran admiración que siento por la reivindicada España de 1930; reivindicada con la historia, con la humanidad, con el mundo, y que en nada tiene que ver con aquella España colonizadora o con esta España llena de algarabía y júbilo por haber ganado un mundial de fútbol; y es que la historia no puede concebirse como un elemento para perpetuar los resentimientos en la memoria y en el tiempo, de lo contrario, ciertamente seguiremos cometiendo los mismos errores que conducirán a la especie humana a su autodestrucción e irresponsablemente llevar consigo a su lecho de muerte al resto de las especies. 
            Según Jeremías Bentham, el utilitarismo es: “La doctrina que acepta como fundamento de la moral a la utilidad o principio de la máxima felicidad, sostiene que las acciones son correctas en proporción a su tendencia a promover la felicidad, e incorrectas si tienden a producir lo contrario a la felicidad. Por felicidad se entiende el placer y la ausencia de dolor; por infelicidad al dolor y la privación del placer.” Independientemente si Bolívar tenía o no conocimiento acerca del utilitarismo, o al menos de las ideas de Hutcheson, Bentham o Helvetius, vale destacar dos rasgos fundamentalmente.
            El primero de ellos es el rasgo egoísta, puesto que desear el sistema de gobierno que produzca la mayor suma de felicidad, redunda sólo en la felicidad, seguridad y estabilidad del gobernante y su gobierno; el gobierno imperfecto o no, es el único beneficiario de un pueblo controlado, neutralizado y “estabilizado”, que busca su propio bienestar ofreciendo una supuesta “mayor suma de felicidad”, que bien pudiera ser la mitad más uno con respecto a la infelicidad que produce.
            En segundo lugar, el rasgo tiránico; puesto que la felicidad no es tangible o medible, no es posible determinar si esa “mayor suma de felicidad” a la que se refiere, sería la mitad más uno respecto a la infelicidad, por consiguiente sólo es una sensación relativa, mejor aún, parafraseando a Sigmund Freud, la felicidad sólo es posible de dos maneras, una es haciéndose el idiota y la otra es siendo idiota. Por lo tanto, la felicidad no es más que otro instrumento con los que cuentan los gobernantes y gobiernos para ejercer la manipulación de los pueblos.
            En todo caso, e independientemente de los rasgos egoísta y tiránico, Bolívar refleja desconocimiento o escaso conocimiento acerca de sus propias ideas, sobre todo considerando que en sus viajes a Europa y de las lecturas que según tuvo, ha debido tener contacto con las ideas de los pensadores antes mencionados.
            Conocer a Bolívar, va más allá de saber que nació un 24 de Julio de 1783 y murió un 17 de Diciembre de 1783; va más allá de saber que Marx lo calificó como el Napoleón de las retiradas en su artículo “Bolívar y Ponte”; va más allá de saber que Simón Bolívar contemplaba desde una colina como José Antonio Páez, con una maniobra militar dio la victoria al ejército patriota en la Batalla de Carabobo; va más allá de saber cómo hizo para ser considerado libertador de seis naciones, saliendo más allá de sus fronteras para forjar la libertad y no la opresión; va más allá de conocer su decreto de guerra a muerte, de consecuencias nefastas y miles de muertes a inocentes; va más allá de saber de la entrega de Francisco de Miranda al ejército realista de Domingo Monteverde y el fusilamiento de Manuel Piar, el vencedor de la campaña de Oriente. Conocer a Simón Bolívar, como a cualquier otro personaje o hecho histórico, es investigar, indagar y contextualizar.
            Desafortunadamente, estos credos y cultos, mesiánicos, doctrinarios y dogmáticos, concedidos a Dios, el Estado, y a la idolatría de íconos, son difíciles de derribar.