Zaratustra se marchó a la montaña; esperando gozar de su soledad se encontró con Caín, Prometeo y Sísifo; obviamente,no salió nada "bueno" para los "buenos": Bajó de la montaña
el Zaratustra anarquista y rebelde.

martes, 27 de septiembre de 2011

El primer profeta populista del verdadero nacional-socialismo alemán.




            Desconozco todo mérito de la filosofía marxista, por lo que me considero un impetuoso blasfemo dedicado a envilecer las rigurosas expresiones de ciencia del científico Karl Marx, recalcando la condición de ciencia, para distinguir su doctrina, aunque sea con una delgada y fina línea que lo diferencie de la doctrina de su compatriota teólogo Martín Lutero. Vulgar de la ciencia, representante del clero académico, genio burgués, profeta clarividente, autoritario, nosferatu intelectual, docto de infinita sabiduría, patriarca de excesivo talento, iluminado populista, burócrata superdotado y sumo pontífice del socialismo, son algunos de los calificativos que le he dedicado al señor Marx. Mientras recopilaba los recién mencionados calificativos del susodicho caballero, advertí que no sólo describía un espécimen en concreto, sino todo un género, que reunía todo un conjunto de especies con rasgos en común: los alemanes, entre ellos, Georg Hegel, Adolf Hitler, Martin Heidegger y Friedrich Engels, aunque este último significara lo mismo que volver a mencionar a Marx, y éste a su vez, significara lo mismo que volver a mencionar Hegel.

            Sin embargo, respetuosamente he procurado compensar la mención del quinteto de ideólogos alemanes claramente definidos, contraponiéndoles nada más y nada menos que al siguiente cuarteto: Heinrich Heine, en quien se resalta la elegancia y la sencillez del idioma alemán, plasmadas y evidenciadas en sus poesías y ensayos, todo un escritor crítico, polemista, satírico y muy especialmente, a pesar de haber sido alumno de Hegel e influenciado tempranamente por sus ideas, llegó a convertirse en todo un subversivo de la filosofía hegeliana; Arthur Schopenhauer y su voluntad de vivir, en lo particular, una sutil armonización de la filosofía occidental con la oriental, y se opuso a la escuela metafísica e idealista postkantiana, específicamente a Hegel; Max Stirner, que a pesar de haber sido influido por un mundo en el que reinaba la dialéctica hegeliana, ofrece, a mi modo de ver, una perspectiva en la que vence la referida dialéctica, el idealismo y el realismo, con el mismo uso de la dialéctica, plasmado en su obra: “El único y su propiedad”; Friedrich Nietzsche, que nos dejó la muerte de dios, la transmutación de los valores, la voluntad de poder, el superhombre, como aquel capaz de vencer la moral de esclavos y la moral de rebaño. Pero bien es sabido, como diría Ortega y Gasset, que la masa no piensa ni actúa por sí misma, han seguido continuamente con obediencia, sumisión, instinto de fidelidad y servilismo, el camino que muestra una interpretación interesada y conveniente de unos pocos, los “genios”; Albert Camus crítica a Nietzsche, por haber dejado una puerta abierta a la tiranía y el dominio de los “grandes individuos”, la misma puerta que en algún momento utilizaron Hitler y sus nazis, pero como he dicho, la masa no piensa ni actúa por sí misma, necesita ser dirigida, pues ha nacido para obedecer y servir, lo impersonal oculto en la generalidad, fantasmagoría sin identidad, un todo que es nada y es todo a la vez, nada porque es inútil, todo porque su mera y vaga existencia es determinante.

            Retomando el quinteto inicial de ideólogos alemanes, aunque todos tienen en común los rasgos característicos indicados, resalta entre ellos, a pesar de no ocupar el sitial de honor, Martin Heidegger, quien afirmó que sólo es posible filosofar en griego o en alemán, puesto que la filosofía es la forma auténtica del pensar europeo. Es posible que la charlatanería y la prepotencia sean exclusivas de los alemanes, que además alegan la posibilidad real manifiesta en ellos, de un saludable sentimiento nacional, lo que cabría igualmente posible encontrar que entre ellos existan burgueses buenos y honrados (los socialistas científicos o marxistas), porque en su fraterna solidaridad burguesa se percataron de la explotación que padece el obrero, y éstos necesitan de los científicos burgueses para su emancipación.

Si sólo se filosofa en alemán, y han sido sus ideas las que han imperado en este mundo, entonces no cabe duda de que el mundo es lo que es, por la simple razón de que se ha sometido a merced de estas ideas. Haciendo a un lado al idealismo dialéctico de Hegel y su noción de estado, quien ocupa el sitial de honor de este quinteto, es el iluminado populista Marx y su marxismo, y dadas las experiencias históricas analizadas a la luz de la prédica de su historicismo, sólo se reduce a una expresión burda de práctica revolucionaria, de la que se evidencia la ascendencia continua de una baja burguesía inconforme y ambiciosa, o más bien de profesionales de la clase media alta, igualmente inconformes y ambiciosos, que desean y aspiran cargos políticos con buenos salarios, so pretexto de luchar contra la alta burguesía, incluso negociando con ella, utilizando para ello al trabajador, quien también se presta para este cometido, todos con miras a salvar su existencia más inmediata y luchar por los intereses futuros, mientras se perpetúa la necesidad del trabajo y el apego al capital, sobre los cuales el trabajador queda desvalido ante la voluntad misericordiosa del empleador. La única conclusión práctica que puede obtenerse del marxismo, es que sencillamente nada hay que hacer, tenemos la sociedad que deseamos, nada hay que transformar, sólo esperar que hayan burgueses buenos y honrados, esto es, que hayan socialistas.

Considero que principalmente son dos los elementos que imposibilitan al comunismo anarquista: la burguesía y los nacionalismos. Mencioné y hablé brevemente acerca de la burguesía, pero sólo hice una sucinta referencia acerca de los nacionalismos. No tengo dudas al pensar que Marx fue el primer profeta nacional-socialista alemán y de allí en adelante implantó en el rasgo genético del marxista, un carácter nazi-fascista totalitario; junto a su fiel e inseparable discípulo Engels, advertían que los avances de la clase obrera en Alemania -dada su gran capacidad, dotes de disciplina, energía, firmeza y coraje, propias del linaje y la estirpe teutona- eran incomparables, un hecho sin igual y sin precedente alguno, y que por lo tanto se encontraba cerca del triunfo. Afirmaban que los obreros no tienen patria y contrario a ello exaltaba el movimiento obrero alemán en detrimento del francés. Nosotros los anarquistas siempre hemos sido objeto de cuestionamiento por parte del conclave marxista, al considerarnos soñadores, pero sin vacilación, definitivamente que su santo patriarca, en su sueño inútil, iluso e ingenuo, al creer que sería en Alemania donde ocurriría el primer gran triunfo de los obreros, demostró que los autoritarios también tienen su propia utopía, y puesto que estamos a la par, donde hayan autoritarios haciéndose del poder y sus privilegios, habrán anarquistas y comunistas libertarios haciéndole frente.

Se requiere de un esfuerzo de titánicas proporciones para hacer frente al dogma historicista e histórico que mantiene atado el anarquismo al socialismo, posición esta que de seguro despertará opiniones contrarias y en favor del conservadurismo teórico; empero, lo que si resulta evidente, más allá e independientemente de la vinculación histórica entre el anarquismo y el socialismo, es que cualquier corriente de pensamiento posible del siglo XIX, se sostenía por el andamiaje de aquel hegelianismus que desempolva, restituye, sofistica y moderniza a la dialéctica, en la que ambas –anarquismo y socialismo- no fueron la excepción de esta influencia.

De hecho, aún hoy padecemos de la fe dialéctica de Hegel y su más trascendente consecuencia: Marx; un Marx que ni siquiera alcanzó a ser marxista, sino que permaneció autoengañado en el cobijo que le brindó el idealismo hegeliano, pues juraba que revolucionaba el método al cambiar pensamiento por materia, de la misma manera que se engañó al creer que revolucionaba la sociedad quitándole el estado a los burgueses para dárselo a los obreros. Desafortunadamente, el mismo Stirner fue alcanzado por esa influencia, porque siendo alemán, definitivamente era casi imposible no ser víctima de ese dogma de fe; sin embargo, más desafortunados son aquellos que no siendo alemanes siguieron, siguen y seguirán ese camino.

En todo caso, la simpleza de la dialéctica sólo permitiría explicar fenómenos simples; la dialéctica no es un requisito de análisis e interpretación del anarquismo, sólo es una herencia dogmática que hoy día es necesario deshacernos y desprendernos de ella. Después de todo, la injusticia, la tiranía y la desigualdad, no dejan de ser tales por dejar de pensar "científicamente" en dialéctica. La dialéctica es la flojera de pensar que conduce a la necesidad de condiciones autoritarias marxistas, o más bien hegelianas, y por lo tanto hay que caerle a martillazos.

Efectivamente, necesitamos, mejor tarde que nunca, que la revolución anarquista se extienda al ámbito epistemológico. Es hora que la anarquía escape de la prisión dialéctica en la que se le ha encerrado, impidiendo su desarrollo pleno; la prisión de este templo está custodiada rigurosamente por fieles sacerdotes del credo dialéctico, pero si podemos lograrlo. Hemos caído en el estúpido juego de los marxistas, al desarrollar variantes interpretativas de la dialéctica, y de este modo surgieron un sinfín de modelos inútiles; inútiles porque la sociedad humana es tan extraordinariamente compleja como para estudiarla a través de la rudimentaria óptica simplista de la dialéctica, tan arbitrariamente lineal, que denota dejadez. Dialéctica… al museo.

Anarquía, entre otras tantas cosas es la superación del mediocre pensamiento dialéctico y binario de la mente humana, que le impide apreciar y contemplar la belleza, armonía y sutileza del caos; nos condenan a lo básico, lo primitivo y lo unidimensional. Nos engañan y ocultan el auténtico orden en el orden que nos imponen para conservar el poder a costa nuestra. 

Por alguna razón de oscurantismo dogmático del sofismo y, la razón lógica y teórica, ha prevalecido un marxismo que se impuso a través del plusvalor epistemológico, aquel valor no tomado en cuenta, de los aportes, esfuerzos y trabajos realizados por otros. Al más auténtico estilo alemán, para sistematizar teorías, recopiló y adaptó los trabajos de Malthus (teoría del valor), Proudhon (plusvalía), Adam Smith (modos de producción), Guizot (lucha de clases), Hegel (dialéctica) y Feuerbach (materialismo histórico), de los que Marx se apropió gratuitamente; aunado a esto, al escribir “Miseria de la filosofía”, no pudo ocultar el desprecio que sentía por Proudhon. Tal como afirma Everth Provoste: "Todo lucubro de Marx destruye a Marx (...) Carlos Marx fue un suicida idelógico: lucubró la idea del suicidio ideológico"; este señor –Marx- es un suicida ideológico que nació autoritario y fracasado.

Como buen autoritario, el materialismo histórico de Marx no es más que un idealismo materialista que surge motivado a un esfuerzo análogo a la división de la historia cristiana, dentro de la ideología alemana, en un antes y después de Marx. Para ello tenía que desacreditar a predecesores y anular todo esfuerzo contemporáneo a el. Ni siquiera Marx es marxista, Marx es hegeliano.

Como buen fracasado, afirmaba que "el capitalista puede vivir más tiempo sin el obrero que este sin el capitalista”. Es la fiel imagen de cuanto socialista hay en este mundo, el Abraham del socialismo "científico" y la roñosa socialdemocracia. Señalaba que "el rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa", resultando evidente porque a través de su dialéctica, se obtiene en la práctica, como síntesis, una nueva clase opresora, antes supuestamente oprimida, y dotada de un espíritu burgués renaciente y vigoroso.

Precedido de Hegel, con Marx se fortalece la macabra combinación entre ideología alemana y religión hebrea, que equivale a decir: religión alemana o ideología hebrea; combinaciones tan peligrosas, como hablar de religión ideológica o ideología religiosa, o bien, alemán hebreo o hebreo alemán. Debo acotar, que cuando digo hebreo estoy haciendo referencia específicamente a las tres religiones monoteístas –judaísmo, islamismo y cristianismo- cuyo patriarca es Abraham, y son más parecidas de lo que suponemos e imaginamos. A estas especies en general, cualquiera que sea su combinación y sin distingo de lugar, las denomino “hebreos socialistas burgueses modernos” dotados de una gran habilidad sofista.

Superar la idea alemana y sus sistemas filosóficos socialistas-burgueses, como la acción francesa y su revolución liberal, son los retos que debemos asumir.  

lunes, 12 de septiembre de 2011

El jacobinismo bolchevique petrolero del siglo XXI. Parte I

No soy científico marxista, ni mucho menos poseo título alguno de propiedad de conocimiento conferido por autoridades del clero universitario, que me prohíba o faculte –prohibición que no me detiene y facultativo que no necesito- hacer una modesta reflexión acerca de esto que conocemos por “revolución” y sus implicaciones teóricos-prácticas. Reflexión necesaria para cotejar aquello que se supone es y debería ser una “revolución”, de aquello que no lo es, y por tanto, no sería otra cosa más que una vulgar seudorrevolución.
Soy autodidacta, artesano de mi conocimiento, forjado por propia y espontánea inquietud, sin que alguien dirigiera lo que debo estudiar o leer, para cumplir con el molde que desea imponer; necesitamos erradicar aquella idea manipuladora de los científicos burgueses, engelsistas y marxistas, de que los obreros son ingenuos ignorantes, que no lo son, y los burgueses son genios científicos de la clarividencia profética, que obviamente tampoco son tal cosa. Los obreros además siempre tendrán lo que jamás poseerán los genios científicos burgueses, esto es, la pasión por la libertad y la fibra sensitiva por la opresión sufrida.
La revolución nacerá espontáneamente en los obreros y campesinos o no será, decir lo contrario es constatar la regla autoritaria del marxismo, de que un agente externo manipulador, ajeno al sentimiento del proletariado, le dará la liberación tan anhelada. Como verán, estos señores marcaron el camino del nacimiento del socialista burgués: el obrero es un ignorante y necesita ser dirigido para saber que debe hacer. Si continuamos consintiendo esta aberración, habremos perdido toda esperanza en la lucha por la igualdad, la libertad y la justicia.
Efectivamente, con su plan claramente puesto de manifiesto con el más vil cinismo, buscan apartarse y diferenciarse del resto de la burguesía, alegando ser los seres sobrenaturales, dotados de solidaridad, intelecto y ciencia, conocedores de la opresión que padece la clase obrera y por consiguiente de la forma en que han de lograr su emancipación, con lo cual sólo buscan elevarse por encima ella y deshacerse del resto de los burgueses. Pero elevarse sobre la clase obrera no les es suficiente -son buenos científicos que han experimentado con los obreros como si se tratarán de ratones de laboratorio- sino que, aún por debajo de la clase trabajadora, se percataron que existe otra clase, tan vividora y chupasangre como ellos mismos, como lo es el subproletariado, cuya existencia no sólo es conveniente para los fines de su populista hegemonía política, sino que también resulta deseable convertir al proletariado en holgazanes del subproletariado, situación favorable en un entorno de socialismo autoritario petrolero, condición nunca antes vista en ninguna de las versiones del socialismo o comunismo autoritario.
Este notabilísimo grupúsculo de doctos, que determinaron las leyes que rigen el universo y la sociedad, encontró en Marx, su patriarca, y en Engels, su discípulo; para que su sagrada familia prevaleciera -los hijos de sus hijos, generación tras generación- dejaron plasmado sus mandamientos, entre los que mencionaba la necesidad de un partido que organizara a sus miembros revolucionarios en la lucha de clases. Sus sacerdotes descendientes, entre ellos: Kautsky y Lenin, para no extenderme con la lista, pugnaron por hacer la interpretación más aproximada al legado del sumo pontífice, pero hoy día, próximos a arribar al siglo II después de Marx, en cuanto a partido se refiere, la teoría de Lenin la reconocen como el valor agregado del marxismo.
He aquí donde los modestos superdotados científicos, humildes conocedores de su infinita sabiduría y excesivo talento, demostraron -con su análisis autoritario de cándida solidaridad por la ajena injusticia sufrida por los ignorantes, incapaces y pusilánimes trabajadores- que ellos debían organizar y dirigir la lucha política de la clase obrera. Esta burla se remonta a los jacobinos y Robespierre, quienes durante la revolución francesa, fueron considerados el ala revolucionaria de la burguesía, en una revolución liberal, emprendida por burgueses y sostenidas por obreros, cosa más extraña, de curioso patrón muy peculiar en lo venidero.  
A esta revolución burguesa también debemos la herencia, resabiada en primera instancia, y obsoleta luego, de una idea que aún desgastada, fastidiosa, ladilla y burlesca, se mantiene vigente hoy día; una idea unidimensional y petrificada, manifiesta en las expresiones de “derecha” e “izquierda” de la Francia revolucionaria del siglo XVIII. Estas expresiones –al menos en la práctica, pues aún en la teoría existen compañeros anarquistas y comunistas que dicen ser la izquierda de la izquierda que está más a la izquierda de la izquierda, en un esfuerzo quizá de frustración, indignación e impotencia, por diferenciarse a las experiencias autoritarias de “izquierda”- no son más que relaciones en torno al poder: en el centro, el rey, monarca, jefe de estado o presidente; a la derecha, los súbditos burgueses de la monarquía, siempre que la propiedad privada y sus intereses particulares se conserven; a la izquierda, los radicales burgueses que se oponen a la monarquía por razones históricamente populistas, burocráticas e intereses particulares ocultos; pretendían “limitar” la propiedad privada, lo cual deja abierta la posibilidad de la conveniencia, cuando esta es admisible y cuando no lo es, que al hacerse del poder sabemos hacia donde se inclina la balanza. Efectivamente, a la izquierda y abajo: a la izquierda el poder, y abajo su instrumento; de allí el porque suelo decir que prefiero un liberal sensato que un socialista engañoso, y aunque algunos lo cuestionen, se que sabrán a lo que me refiero.
Luego de los jacobinos del siglo XVIII, la candidez solidaria de los superdotados y radicales burgueses agraviados por la injusticia ajena, se hizo presente una vez más en la historia a través de los bolcheviques del siglo XX, en esta ocasión de la mano de las ideas marxistas y dos de sus discípulos: Lenin y Stalin. Pero no hay duda, que lo que tuvieron de ideológico los jacobinos franceses y los bolcheviques rusos, lo tienen de petrolero los socialistas burgueses venezolanos del siglo XXI; ideológico o petrolero, persiguen el mismo fin reiterado históricamente: el poder en manos de una minoría dirigente, burócrata y burguesa.
He aquí el jacobinismo bolchevique petrolero, un espécimen clasista del socialismo autoritario, con rasgos comunes a su especie génesis, los jacobinos y bolcheviques, por supuesto, con algunos rasgos evolutivos propios de la socialdemocracia, surgidos de una necesidad de enmascaramiento para perpetuar y conservar el poder, compatible a la discreción de los medios empleados y las estratagemas ocultas en los derechos humanos.
En ocasiones ya he dicho, dadas las experiencias históricas, que posiblemente una revolución no sea la solución a los problemas de la desigualdad, la tiranía y la injusticia, puesto que en si misma, ella –la revolución- los engendra, y por lo tanto tendríamos que concebir nuevas formas, medios y métodos en coherencia con los fines anarquistas y comunistas libertarios. Por otro lado, podríamos ratificar la revolución como alternativa a la transformación social que deseamos, considerando que toda revolución habida hasta el momento, ha sido guiada por una minoría burguesa, socialista o no, que ya ha sido descrita lo suficiente y que se ha hecho del poder a expensas del obrero; pero ratificar la revolución como medio implica aprender de los errores históricos que ha cometido la clase obrera, entre ellos, seguir creyendo el cuento de burgueses socialistas “doctos” que los adormece y los ahoga en un profundo letargo de pasividad y complicidad.
En un mundo en el que prevalece la burguesía, los socialistas burgueses, capitalistas de estado que negocian con transnacionales, burócratas nosferatus de las necesidades humanas, son reformistas que viven y conservan las costumbres y condiciones elitescas que tanto aborrecimiento dicen tenerle; preservan el rey populista petrolero, mientras sus intereses y privilegios también se conserven, perpetuando de esta manera una nueva dominación “revolucionaria”. Han deformado la acción sindical, en la que el patrón estado afirma representar al obrero, prohíbe sindicatos, anula la legítima protesta, la ha falseado y sustituido por manifestaciones pro defensa del gobierno. Mundo deforme este, en el que se protesta para defender gobiernos.
Para darle sostenibilidad al proyecto de dominación “revolucionaria”, históricamente han trazado líneas de acción orientadas a la santificación, burocratización y centralización del estado, con una economía igualmente centralizada, que mantiene el modelo básico de la sociedad capitalista e industrial, basada en la relación de dependencia al trabajo y al capital: producción en masa, calidad, estandarización, comercialización, compra y venta, oferta y demanda, estudio de mercado, segmentación de mercado, diversificación de productos, explotación y consumismo, precios más baratos. Este socialismo conservador del siglo XXI, cuenta con recursos con los que nunca antes había contado ninguna otra expresión de socialismo burgués, y ha podido dar soporte a esta sociedad de capitalismo de estado, gracias mayormente a los ingresos de la explotación de petróleo, hierro, bauxita, oro, entre otros recursos minerales, y a la aplicación de instrumentos específicos, propios de reformistas sociales burgueses: impuestos, sistemas de seguridad social, subvención de medicinas, salud y asistencia social, pensiones a trabajadores, entre otros.
Este jacobinismo bolchevique del siglo XXI, desea que la historia se quede estancada en el capitalismo; intenta mostrar que el socialismo burgués es tan bueno para ellos como para los obreros que explotan política y económicamente. Se han tomado muy en serio la idea de que “es necesario que para llegar al comunismo el capitalismo se desarrolle en su máxima expresión”, y se han convertido en genuinos procapitalistas que han reducido la lucha contra la alienación, a una falsa y mera lucha contra la “explotación del hombre por el hombre”, omitiendo por completo la componente de lucha contra la explotación de la naturaleza por el hombre. No podemos esperar que estos capitalistas y farsantes socialistas, nos dejen un mundo devastado para comenzar a actuar en pro de la anarquía comunista o el comunismo anarquista.